
El viento de levante
El viento de levante huracanado que nos acompaña hace ya demasiados días sigue soplando con fuerza, continúa negándose a marchar, y yo me siento obligada a escribir de nuevo sobre sus fechorías.
Cabezas pesadas y pelos indomables. Salir a la calle es como abrir una gran ventana por la que el viento salvaje entra sin piedad llevándose a su paso cualquier cosa que no esté bien pegada al suelo ¡ Pero muy bien pegada ha de estar!
Las luces de los semáforos parpadean inquietas, las persianas caen rendidas a sus pies, y cualquier chapa se puede convertir en un peligro volante, que amenaza seriamente la integridad física de cada uno de los atrevidos, que osamos salir a la calle.
Los muros no son refugios para nadie, si no peligros potenciales en manos del viento caprichoso, al igual que los tiestos y macetas, ellos pasan de ser elementos decorativos para convertirse en verdaderas armas arrojadizas.
Y de los árboles, qué os voy a decir de esos seres indomables e irreverentes que a diario nos contemplan desde las alturas, y en cambio estos días han sido meros muñecos a merced de los tiranos brazos del viento de levante. Algunos claudicaron ante tal fuerza, a otros los desnudó de ramas y hojas, dejando a su paso un paisaje digno de un temporal de levante.
El viento de levante, el rey de esta tierra, ha tenido bien hacernos una visita larga e intensa, ahora solo nos queda esperar que se vaya del todo, y que tarde mucho en volver.