
La maleta
La maleta, aquella que una vez fue nueva, de asa brillante, cierre seguro y lustre en su piel, era hoy solo un tiesto de esos que un día perdieron su sitio, e inexplicablemente se encontraron abandonados en cualquier rincón.
Hoy , la maleta vieja de asa gastada, con una llave que apenas responde y de piel ajada por el paso del tiempo, es solo un estorbo cuya única misión es entorpecer, pero aunque lleva años sin ser abierta, el olvido ha querido darle una tregua, y por unos minutos le dejará paso a los recuerdos.
Pasó frente a ella, y sin pensar, la cogió con cuidado.
La vida le regalaba tiempo, ese que tantas veces le faltó. La colocó encima de la pequeña cama y solo con un leve roce, su cerradura saltó, parecía tener prisa por mostrar todo lo que escondía.
Por unos segundos fue su mirada la que ávida de curiosidad y sorpresa recorrió su superficie, lo hizo sin prisa pero sin pausa, y así fue encontrándose con sus últimos recuerdos, y con sus fracasos y desilusiones más recientes, esos que aún dolían.
Estaba decidida a seguir rebuscando entre esa vorágine que era su vida, ya no quería ni podía parar.
Unas entradas para algún sitio, una servilleta de papel y una postal la transportaron a aquel avión, desde el cual, pudo sentirse más importante que las nubes, allí descubrió que nada es lo que parece y que por muy geniales que parezcan vistas desde abajo, la realidad es que son solo humo destinadas a desaparecer.
Cerca dormitaban la ilusión y los sueños, aquellos que durante muchos amaneceres la empujaron a vivir, y con ellos, bien cerquita descansaban sin remordimientos aquellas lágrimas vertidas por aquel triste adiós, ya que sabía que jamás volverían a encontrarse.
En uno de los rincones, junto a un puñado de momentos, habitaban miles de palabras olvidadas, pero todas guardadas como un exquisito perfume, ya que su recuerdo habían dejado dentro de su alma sabor a lirios y a rosas.
Tal como cogía los recuerdos, los volvía a colocar con esmero infinito en el mismo lugar donde los encontró.
Dobladitos, como si el tiempo no hubiera pasado tropezó con un par de besos, de esos inolvidables, apasionados y con sabor a juventud, allí estaban, guardados como un tesoro que sin esperarlo removieron algo dentro de su alma.
La curiosidad comenzaba a hacer su trabajo, empujándola a buscar impaciente cualquier detalle que la transportara a lugares olvidados.
Así fue como la sobresaltó un olor fresco y familiar que la empujó suavemente a algún lugar de la infancia, luego, una foto en blanco y negro de alguien que se fue, un papel amarillento con frases ininteligibles, y una caja, una preciosa caja con dos rosas que brillaban como haciéndole un guiño a la vida.
La cogió entre sus manos y acarició sus suaves líneas, a penas podía imaginar qué cosas podrían encontrarse en su interior; sorprendida encontró una rosa seca, un corazón de nácar, por el que no parecía haber pasado el tiempo, un anillo de cristal y algo escrito que leyó con esfuerzo, resultando ser la letra de una antigua canción.
Pensó que era paradójico los muchos recuerdos que pueden coleccionarse a los largo de los años, aunque por otro lado era curioso como casi una vida podía caber en una maleta.
Con cuidado volvió a cerrarla, y con esmero la colocó en el lugar en el que la encontró, pidiéndole a la vida poder seguir atesorando recuerdos, aunque algunos puedan doler. Pero eso era la vida, una maleta, que aunque envejezca, guardará siempre un gran tesoro en su interior.