
Hadara, el niño avestruz
Hadara se convertiría en el niño avestruz un día cualquiera de primeros del siglo XX, cuando acompañaba a su madre allá por el desierto, en el Sáhara Occidental.
El bebé de menos de un año iba situado en un capazo de tela cerca de su pecho, ella, a su vez, sujetaba las riendas del camello que por razones desconocidas se asustó y huyó. Consciente de que nunca podrían regresar a la jaima si no traía de vuelta al animal, colocó al niño a resguardo entre unos matorrales para ir en su busca, pero una tormenta de arena retrasó su regreso y borró las huellas del lugar, así, aún después de buscarlo durante días con familiares y amigos,todos terminaron por creerle muerto.
Parece ser que la mamá avestruz encontró en su nido a un bebé sonrosado y sin plumas, pero que por alguna razón, aún siendo tan diferente a los suyos, lo alimentó, lo cuidó y lo protegió de los hombres.
Cuenta el escritor saharahui Bahia Awah, que Hadara fue alimentado con insectos, ranas y sandías del desierto, frutos amargos e imposibles de digerir por los humanos, pero de manera sorprendente el pequeño se fue adaptando a los hábitos de las avestruces, al igual que se adaptó su aparato digestivo.
Unos catorce años después, sobre 1910, comenzó a correrse el rumor de que existía un extraño ser con pelos que corría con una manada de avestruces, produciendo sus mismos sonidos y moviéndose como ellas; su madre nada más oír la noticia presintió que era su hijo, y después de unas semanas de batidas pudieron encontrarlo mientras dormía junto a su familia las avestruces; fue atrapado con una red a la que su larga melena quedó enganchada, así fue arrancando de su mundo y de la única familia que conocía.
Su adaptación no fue fácil, pero lo logró; incluso llego a ser un discípulo notable del sabio sufí Chej Malainin, se casó y tuvo dos hijos, siendo un pastor trashumante hasta los 80 años.
Se contaba que se adentraba con el ganado largas temporadas en el desierto, y que nunca se supo qué hacía para sobrevivir.
Las avestruces fueron poco a poco exterminadas, primero por los soldados españoles, luego por los marroquíes, a menudo veían en ellas un blanco perfecto para hacer prácticas de tiro.
Como todos sabemos, con frecuencia ocurre, que cuando la Naturaleza es generosa, el hombre suele responder de forma ruin o a tiros, como en es este caso.
Esta es la historia de Hadara, el niño avestruz, documentada en el libro Estudios saharianos, escrito en 1955 por el antropólogo vasco Julio Caro Baroja.