
Elegía a un amor sin fin
Ese amor hizo temblar el suelo que pisaba, lo empujó, lo arrastró y lo llevó por caminos desconocidos, en pocas noches y en escasas mañanas se sintió perdido en una gran encrucijada.
Ni con ella ni sin ella, su alma soliviantada vivía en un eterno vaivén y en un remolino de desconcierto de querer y no querer, de olvidar y no poder.
Ese amor le removió las tripas y le agrió el sabor, pero también fue el mejor de los néctares que nunca había probado.
Maldijo sus labios, odió su piel y renunció a toda ella, pero jamás dejó de amarla.
A menudo lloró de rabia, dejándose arrastrar por los nudos que apretaban su estómago cuando su recuerdo traicionero le arañaba hasta arrancarle alguna lágrima; en ocasiones, se sentía tan solo que correría caminos enteros sin mirar atrás, queriendo encontrar alguno de esos sueños que nunca habrán de volver.
Triste y extraña es la sensación provocada por aquello que acaba inexorablemente por más que lo intentes evitar, pero mucho peor la marca dejada por la huella del esfuerzo infinito, para hacer acabar eso que nunca tendrá fin.