
El tren de Artouste
El tren de Artouste fue nuestro destino en una mañana de julio en la que el calor era increíblemente sofocante y nada esperado, teniendo en cuenta en el lugar en el que nos encontrábamos.
Pero nada nos detuvo, y decidimos aventurarnos y subir a uno de los trenes más pequeños de Europa, el cual durante cincuenta minutos nos llevaría desde la estación de Sagett a la presa de Artouste a más de 2000 metros de altitud.
Para llegar a tomar el tren, antes debimos de tomar un telecabina que durante doce minutos nos elevó sobre un camino escarpado, desde el cual se tiene una vista impresionante del lago de Fabrèges.
El tren de Artouste se construyó en 1920 para facilitar la construcción de la presa del lago que lleva su nombre, pero no fue hasta 1931 cuando se usó por primera vez como tren turístico.
Su vía de medio metro de ancho, su pequeña locomotora y sus colores vistosos nos transportan a un mundo, un tanto infantil, el cual se nos antoja del todo mágico cuando comienza a abrirse ante nosotros la majestuosidad de los Pirineos occidentales franceses.

Las nieves que nunca se van
El valle de Ossau discurre ante nuestros ojos sorprendiéndonos a cada metro por la altivez de las montañas que lo rodean y por esas nieves perennes que decidieron permanecer allá en lo más alto, y sin ninguna intención de desaparecer.
Una vez llegamos a nuestro destino habremos de caminar unos veinte minutos más para subir a la parte más alta y poder divisar la presa de Artouste, de ella lo que más sorprende además de su situación privilegiada, son sus aguas transparentes y de color esmeralda. Fue una muy bonita excursión.

Un trozo de cielo convertido en agua