
Zaragoza, fin de viaje
De nuevo aquí, para contaros mis últimos días por Zaragoza y su Comunidad.
Estuvimos en Albarracín, un pueblo precioso en plena sierra de Albarracín, fácil de llegar y buenas carreteras, unos kilómetros de subida al final del trayecto, pero sin ningún tipo problema.
El pueblo se encuentra en la falda de una montaña, bonito y típico; sus calles no son estrechas son estrechísimas y empinadas, siendo la madera, la forja y el rodeno los materiales usados en su construcción, dándole todo ello un aspecto peculiar y acogedor.
Desde la plaza del Ayuntamiento, se divisan las casas colgantes, todas ellas mirando al río Guadalaviar, la ermita de San José, la Catedral del Salvador y el cementerio, un recinto pequeño pero muy cuidado, mezclándose el blanco de las cruces y las tumbas con los colores de las muchas flores que las adornan.

Catedral del Salvador, Albarracín
Calles empinadas, rincones silenciosos y casas vacías contrastan con el ir y venir de los turistas que paseando por ellas nos adentramos tanto en el paisaje, que olvidamos que no lejos de allí existe ese otro mundo de coches, ruido y gente que habíamos dejado atrás.
Lo cierto es que Zaragoza nos ha parecido una tierra con encanto y con ella toda la tierra aragonesa.
Por su cercanía a Albarracín, decidimos visitar Teruel; por ser las capital de la provincia bien valía el camino.
No nos desilusionó, no sé si fue por que no esperábamos nada de ella ó simplemente es que nos gustó. Hasta el sol nos recibió amablemente, como un buen anfitrión.
Damos fe de que Teruel existe.

Calle céntrica de Teruel
Descubrimos una ciudad limpia, ordenada y un tanto silenciosa, el arte mudéjar está presente en todas su torres y construcciones, construcciones diferentes, pero arte igualmente.
Como no podía ser de otra manera nos hicimos unas fotos con los amantes de Teruel, ya sabéis los de la leyenda y por supuesto vimos su catedral y estuvimos en la plaza del Torico, que no es más que una placita con una columna alta, y encaramado a ella un toro pequeño, ese es el torico.

Monumento al Torico, Teruel
Y ya puestos, una mañana decidimos acercarnos a la capital de la Rioja, Logroño.
Al igual que Teruel, tampoco Logroño es una ciudad fuera de serie, pero también le descubrimos su encanto, y sobre todo comimos muy bien.
Descubrimos la calle laurel y todos sus alrededores, decenas de bares, mesones y restaurantes nos recibieron con pinchos y tapas sugerentes que nos invitaban a probar todas sus especialidades, papas y bacalao a la riojana, callos, migas etc.

Catedral de Logroño
Comimos y bebimos de lujo, luego dimos un paseo, vimos la catedral y la plaza donde se encontraba y recorrimos el centro, y en vista de que el cielo amenazaba agua, aunque al final no llovió, decidimos volver a Zaragoza.
No quiero que se me olvide sugeriros que si alguna vez venís a estas tierras, no dejéis de visitar Daroca, un pueblo medieval con un encanto infinito, al que llegamos pensando que lo veríamos en quince minutos y en el que estuvimos casi hora y media y nos marchamos un poco triste porque no nos dio tiempo a verlo como se merecía.

Daroca, Zaragoza

Puerta Baja de Daroca
Nada más llegar nos asombró la Puerta Alta, que generosa nos dio la bienvenida; luego, conforme avanzábamos nos abrió el paso la magnífica Puerta Baja, compuesta por dos imponentes sillares con dos robustas torres, terminadas con sus correspondientes almenas.
Después de ellas, altivas y vigilantes se encontraban las murallas medievales.
Entre sus callejones y escalinatas se respira historia e historias; algo que pudimos comprobar según subíamos al barrio judío, desde el que se divisa todo el pueblo, sus casas rojas y sus calles retorcidas y solitarias.
De sus varias iglesias románicas solo pudimos entrar en la iglesia de Santa María, una joya del románico sin lugar a dudas pero un tanto fría, desangelada y con olor a humedad, pero nada de esto influye en la opinión que nos llevamos de esta localidad llena de encanto.
Ahora sí que se acabó el viaje por estas tierras aragonesas.