
Ilyon y sus travesuras
Después de semanas con nosotros los temores de Ilyon se fueron disipando, y en los paseos pasó de ir pegadito a nosotros a correr detrás de todo bicho que se moviera, y a bañarse en todo aspersor que se encontrara, sin importarle donde estuviera situado.
Recuerdo una bonita mañana en la que los gorriones volaban felices, pero uno de ellos se distrajo y en pleno vuelo fue cazado por un pastorcito distraído y travieso que pasaba por allí, y que como aquel que no quiere la cosa solo tuvo que estirarse sobre sus patas traseras y de un bocado y sin ningún reparo se lo comió.
Había momentos, muchos momentos que se paraba a nuestro lado quedándose paralizado, observando un punto allá en la lejanía, en ese instante si lo teníamos un poco lejos, ¡Malo! Ya sabíamos que no había nada que hacer, tardaría cinco segundos en reaccionar, después saldría más que corriendo galopando hacia ese lugar que solo él conocía.
Lo normal era perseguir a gatos o a conejos y aunque alguna vez cazó a alguno, se solían escapar, ya que unos y otros tenían sitios donde ponerse a salvo.
Fue una época aventurera para nosotros, no os voy a negar que desesperante algunas veces, pero lo peor no estaba en la calle, sino en casa.
Debía de aburrirse sobremanera cuando se quedaba solo, de ahí que cuando volvíamos siempre había hecho alguna fechoría; con deciros que ya fuera por necesidad o por placer nos hizo un agujero considerable en la pared del vestíbulo, a fuerza de comérsela. No exagero, se comía la pared.
Travesuras muchas, una de las más curiosas sucedió el día que nos encontramos un frutero de cristal, que se encontraba en lo alto de la mesa de la cocina tirado en el suelo y roto, claro, en él había dos manzanas y dos plátanos, cuando llegamos a casa las manzanas estaban, mientras que los plátanos se los había comido pero de alguna manera se había apañado para pelarlos perfectamente, porque las cáscaras estaban allí.
Otra mañana en la que tuvimos que salir, y os prometo que procurábamos que siempre se quedara alguien en casa, se entretuvo en tirar del cable de una lamparita de cerámica que sobresalía de la puerta de un mueble donde estaba metida, así poco a poco la puerta se abrió y aquello comenzó a hacer ruido, según la arrastraba más ruido hacía y podemos imaginar que más ruido, más corría él; tanto, que mi vecina pensó que habíamos decidido deshacernos de la vajilla a fuerza de golpes. Pero no, era nuestro pastorcito que una vez más estaba poniendo a prueba nuestra resistencia.
Después de tres meses y ante la perspectiva que se nos presentaba decidimos llevarlo a adiestrar aunque solo fuera para obediencia.
Ya, a partir de los seis meses en casa y con la lección aprendida por parte de todos, la cosa comenzó a mejorar, al menos comenzamos a tener la impresión de ser nosotros quienes controlábamos la situación.