
Nueve lunas
Nueve lunas duraron los vómitos matinales, los ardores y calambres, durante nueve lunas su vientre no paró de crecer, lo hizo sin prisa pero sin pausa, y así, poco a poco, cada mañana podía contemplar como su cuerpo iba cambiando de forma, y sus caderas perdían la sinuosidad de mujer, para dejar paso a un perfil marcado por las curvas de la vida.
Pronto su ombligo comenzaría a sobresalir de su hueco natural, y sus venas cargadas de savia trazarían una suave red sobre su piel convirtiendo su tripa en una gran esfera satinada y brillante, en la que cada movimiento quedaría suavemente marcado, a la vez que le recordaría que dentro de ella, mezclado en sus entrañas vivía su hijo.
¡ Qué extraña sensación, hijo!
Se sentía rara ante la idea de que dentro de poco tendría en sus brazos a ese que hoy era un extraño y que mañana sería su hijo; le costaba imaginárselo, le preocupaban sus sentimientos y no estar a la altura.
Según fueron pasando las semanas todo su cuerpo se fue adaptando a las necesidades de ese pequeño tirano que desde el segundo uno bebió su sangre, respiró su aire, comió su comida y se hizo un hueco a fuerza de empujones. Pero inevitablemente así tenía que ser, porque sin ella nunca podría vivir.
Hoy, tumbada en la cama espera impaciente la llamada de la vida, su cuerpo lo nota, su corazón lo presiente y ella sabe que pronto, después de nueve lunas por fin lo conocerá y el pequeño extraño se convertirá en su hijo para siempre, aunque por ahí se empeñen en decir que es hijo de la vida. Ella es la vida.
Precioso. Me ha encantado el sentido que le das a ser madre. MUy bonito. Un abrazo.
Muchas gracias.Un besote