
La vida de una mujer
Todo estaba casi callado a su alrededor, salvo unas voces infantiles que a lo lejos se dejaban oír, indicando que ahora, como casi siempre, eran los niños y sus juegos los que solían romper el cadencioso sonido del silencio.
La luz otoñal que el atardecer traía consigo dibujaba líneas difusas, tras una atmósfera nítida y transparente que la lluvia de días atrás se había encargado de depurar.
Pero nada de todo eso era suficiente para escribir, no nacía la historia ni brotaba la idea, en ese momento ni siquiera su vida se le antojaba interesante para contar nada sobre ella; sentía una maraña de sentimientos que se agolpaban intentando abrirse camino, pero no lo conseguían.
Afloraba la niña de las trenzas doradas, esa criatura lejana pero real, tan real como ella en ese momento, el recuerdo siempre presente del hombre, ese que no hace tanto era fuerte y sano, convirtiéndose en algún momento, hace ya bastantes momentos, en tristeza y desgana.
Mezclado con todo esto, resurgió con fuerza su infancia, su adolescencia rebelde, la juventud bella y la madurez, en resumen todo lo que forma parte de la vida de una mujer.
Que duda cabe, que como casi todas las vidas, la suya está escrita con muchos renglones torcidos, difícilmente podría ser de otra manera, una existencia cuajada de defectos y salpicada de virtudes, laberinto de errores, aciertos, buenas intenciones, momentos fantásticos y gente maravillosa.
Mi vida no es perfecta, pensó, yo tampoco lo soy y nunca lo pretendí, pero aunque no siempre me concedió todo lo que le pedí no le reprocho nada. Sigo confiando en ella.
Me ha gustado mucho tu reflexión. La mujer madura, la mujer niña: la vida de la mujer.
Un saludo!
Muchas gracias por leer y compartir, un beso.
Un texto precioso, Pilar. Efectivamente la vida no es perfecta y nos ha quitado quizás tantas cosas como nos ha dado, pero aún así merece la pena seguir esperando lo mejor y confiando en ella.
¡Un beso!
Mil gracias por pasar por aquí, me alegro infinito que te gustara mi entrada. ¡Un besote!