
La dentista
La dentista abre la puerta y saluda a regañadientes, ni una sola palabra amable sale de su boca, y mucho menos una sonrisa.
La paciente está un poco nerviosa, no le gustan los dentistas ¿A quién, le gusta?
Sin apenas mirarla, le indica que se siente, y sin más dilación la dentista comienza a trabajar en su boca, como una mera máquina, que lejos de ser cordial raya la mala educación, careciendo de esa empatía que todos creemos y esperamos que un profesional de la sanidad debería de tener.
No hay amabilidad en su actitud, como tampoco existe una pizca de cortesía, ni un mínimo de sensibilidad; sus maneras son ásperas y secas.
Cierto que no todos los médicos ni todos los dentistas actúan de esa forma, pero a pesar de ello ¿ Quien no ha vivido momentos como este alguna vez? Me pregunto, por qué cuesta tanto ser afable y humano en ocasiones como estas, en las que debería de ser tan fácil, y en las que tanto se agradecería una sonrisa.
Cuento esto, porque es algo que nos ha sucedido recientemente, por lo que he querido hacer hincapié en lo absurdo y triste que es para todos, que alguien elija una profesión equivocadamente, y lo está, aquel que pretende trabajar de cara al público sin gustarle la gente.
Si es así, mas vale dedicarse a mantenerles los dientes a los caballos, a ellos quizá no les importe la mala educación y la poca profesionalidad.